En el invierno de 1962, yo hacía la "colimba" (y
por lo tanto exhibía el avergonzante rapado de los "soldados" de esa
época) en una Argentina muy convulsionada por constantes "planteos"
(así se llamaba a la amenaza en
aquéllos tiempos) militares, al gobierno constitucional del Dr. Arturo
Frondizi, elegido en las urnas (me refiero a las electorales, por si acaso) y
ungido merced a la proscripción del peronismo.
Perón daba órdenes desde Madrid.
Yo estudiaba abogacía y "dirigía" una revistita
"under" y super
-protestataría que se llamaba YA y "tiraba" unos 1.000 ejemplares
impresos en "Rotaprint".
La publicación se había originado en "mi" Colegio Secundario el
Instituto José Manuel Estrada (aún existente en la intersección de la Av. Entre
Ríos y la calle Constitución, en Buenos Aires) y un grupo de ex - alumnos del
mismo, hacíamos lo posible por mantenerla, en combinación con los que aún
estudiaban allí.
Yo, además de izquierdista y protestatario era un ferviente
admirador de Astor Piazzolla y tenía en la revista una columna que se llamaba
" Lo que Vendrá", título
de un famoso tango de Astor en la época.
Mi admiración, además del restallante talento de Astor, que
había hecho que los jóvenes de mi tiempo (Halley, Elvis, Los Plateros y la
primera Mercedes Sosa, eran los ídolos de los "pensantes" como yo y
El Club del Clan, el de los otros) accediéramos a escuchar algo que sonaba a
"tango", vocablo que para la época, sonaba irremisiblemente a
"viejo", provenía de
otras fuentes. De niño, e inducido por mis padres, había estudiado
bandoneón y sabía, en carne propia, de las grandes dificultades de ejecutarlo.
Argentino y fundamentalmente porteño, le hacía alguna
"concesión" al tango, por ejemplo, si los ejecutaba el Gordo Troilo,
que era demasiado grande para ignorarlo, o si lo "gritaba" el Tata
Cedrón, que era demasiado "nuestro" como para no tenerlo en cuenta.
El caso es que en aquél invierno de 1962, le digo a mi
amigo, Héctor Pallazo, gran fotógrafo en ese tiempo y después: " vamos a
hacerle un reportaje a Piazzolla".
Y así, con la inocencia de la juventud y el último ejemplar de YA como
credencial, nos presentamos en el "boliche" en que tocaba Piazzolla,
una hora antes de su presentación y sin cita previa.
Astor no nos sacó a patadas. Por el contrario, nos atendió
muy amablemente en su camerino, mientras Héctor tomaba fotos que se perdieron
en mis exilios y yo, joven, atrevido y rapado, extraía una libretita de mi
"piloto" y le hacía las preguntas al maestro.
Tampoco pude rescatar el ejemplar de Ya, en el que
publicamos la nota, ya que mi suegro León, los hizo desaparecer junto con
algunos discos de La Rosa Blindada, ejemplares de "Hoy en la
Cultura", "El Escarabajo de Oro" y algún libro de Sartre, Marx y
hasta del "Colorado Ramos" (y otros accesorios culturales y folklóricos de la época)
una vez que le pedí que "me los guardara", debido al riesgo que la
policía allanara el departamento
en que vivía con mi compañera y con mi hija, Fernanda, que apenas, en ese
tiempo, se erguía de su cuna.
Esa, no obstante, es otra historia.
De aquélla noche
del 62, en la que
"entrevistamos a Astor", al que se lo veía flaco y muy elegante, sólo
me acuerdo de pocas cosas: la admiración que me confesó para "los
bajos" del Gordo Troilo y la felicidad que teníamos con Héctor cuando nos
fuimos con "la nota", después que el Maestro nos invitara a
presenciar la actuación del su Quinteto.
Miento, recuerdo otras cosas.
Cuando volvía
para mi casa, en el "Colectivo 39" aún pensaba: "como hace este
tipo para abrir el "fueye" de esa manera".
Y aún lo pienso.
Creo que la magia del compositor y del arreglista opacaron
la maestría del Piazzolla bandoneonista.
Alguien se hará cargo de arreglar, igualmente tarde, esta
injusticia.
En Caracas, Febrero de 1999.
Ricardo Bargach Mitre (QEPD)
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